Al final si tenía un corazón...
Le impresionaba su tez. Bajo la lámpara de su consultorio el Dr. Ramírez observaba que ningún blanco creado por algún pintor de la vieja vanguardia podía semejarse al color de esa piel. Ahí estaba ella tendida y calmada frente a sus ojos, fría como el hielo, como un dulce trozo de hielo; sus ojos blancos y vidriosos con la mirada perdida, como si pensara, como si no estuviera dormida y entre ese campo de azucenas que era la piel de su rostro estaban sus labios... esos labios carnosos de un color rojo pasión que asombraban, que lo hechizaban y lo hacían desearla como nunca, esos labios que tanto deseó poder rozarlos y que solo se reían de él cada vez que se topaban en su camino.
Él la conoció un día saliendo de su consultorio. Al verla pensó que se trataba de una de esas damas de la alta sociedad que venían a realizar su labor social con los enfermos y se acercó a ella para ofrecerle ser su guía. Ella, con una frialdad que le heló todo deseo de ayudarla, lo miró de arriba abajo como si su sola presencia la ofendiera. Con una sonrisa burlona en la cara le dejó bien en claro que jamás estaría cerca de un tipejo tan feo e insípido como él.
Pronto se dio cuenta lo que ella era. Con el tiempo ella se había convertido en una prostituta, la mejor de la ciudad decían muchos, igual le daba coger con un caballero que con un mendigo ebrio del muelle, su mirada engañosa a veces hacia creer a los incautos de que ella era una tímida mujer en problemas sin tan siquiera sospechar que ella era una bestia sagaz y sin sentimientos.
El paso de los años le daba igual, ella había logrado mantener su cutis con la lozanía de los veinte años y su cuerpo a fuerza de ejercicios no había sufrido los inclementes daños de la gravedad, por lo tanto su edad no le importaba en absoluto. Sólo se dedicaba a buscar víctimas de las cuales obtener beneficios económicos o puro placer, para ella daba lo mismo, dinero le sobraba y su instinto sexual a veces era muy fuerte, por eso le gustaba caminar por los callejones más oscuros de la ciudad, para buscar entre los pobres desprotegidos una manera de acompañar su soledad. Hacía veinte años que ella se dedicaba a lo mismo. ¿ Veinte?¿ Treinta..? Nadie sabía a ciencia cierta que edad tenía y aunque se supiera su edad jamás se acercaría a lo que aparentaba, pero con sus años también había perdido la humanidad, se marchó un día, algunos dijeron que el mismo día que alguien se fue robándole su inocencia y su corazón.
Él, la veía ahora, tendida... muerta. Se acercó a su boca, mordió sus labios y pudo sentir que aún brotaba sangre de ellos, una sangre tibia, fresca y deliciosa que hacía acelerar los latidos de su corazón. Su cuerpo había sido encontrado golpeado, maltratado, con rasgos de mugre y un olor fuerte a alcohol. Según el reporte policial algún cliente enfadado por el servicio o algún hombre desdeñado de sus favores había podido cometer el crimen, pero nadie en la ciudad le importó mucho saber quien había sido. “Crimen pasional en los muelles”... unas pocas líneas ocupó el diario local...” Prostituta encontrada apuñalada bajo un cerro de basura” y a continuación se leía el clima...
El Dr. Ramírez tocó su cara. Hielo... un glaciar de hielo. Cogió el bisturí para empezar el reporte forense... qué dolor había sentido al romper esa carne desnuda que tantas veces deseó poseer... su pulso temblaba al rozar la cercanía de sus bien formados pechos intentando mantener su vista en la delgada línea roja que iba brotando al recorrido del filoso instrumento. Estiró con cuidado la piel abierta para revisar los órganos internos y de repente una mueca de asombro y a la vez de satisfacción empezó a dibujarse en su cara...
Aquella mujer cuya vida había transcurrido entre bares de mala muerte y clubs de gran categoría, entre sábanas de seda y periódicos viejos y arrugados, entre champagne y alcoholes baratos, que unas veces olía al embriagante Channel N° 5 y otras a sudor de malvivientes, que vestía de lujo y joyas y otras veces desnuda se revolcaba en oscuro caminos, aquella figura insensible que una vez se burló de sus sentimientos al final de cuentas si tenía un corazón y ahora era suyo... lo tenía ahí entre sus manos.
La imagen corresponde a:
Anatomía del Corazón ("Y tenía corazón")
Óleo sobre lienzo; Museo de Bellas Artes.
Málaga. España.
Enrique Simonet (1863-1927
Podéis ahí observarla directamente y leer una reseña de la descripción del cuadro, que semeja en mucho a lo elaborado en la historia de éste post.
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