Con ella todos los segundos eran infinitos. Cada beso, cada caricia, cada abrazo, transmutaban el exacto crujir de las horas en un tenue morir, en un sublime deslizarse, en un creciente arder. A su lado había descubierto el sabor del silencio y el dulce aletear de la luz cuando el día termina. Allí, en una sala pequeña con olor a madera, cubierto el suelo y las paredes con una leve pátina de humedad y melancolía, reencontraba su vida un sentido pleno. Ella, sentada y sin hablar, era para él la imagen perfecta de la armonía. Se acercó a ella colocandose detrás. Le acarició la cabeza con los dedos, enredándolos y perdiéndolos en su cabello hermosísimo. Sus labios se posaron en el cuello y lo besaron. La quería. Eternamente, la quería. Con locura absoluta, la quería. De pronto, con horror, lo percibió.
Desesperado, con el dolor que causa un amor que se va, apretó los puños hasta hacerse daño. Si alguien hubiera estado cerca de la casa hubiera oido un grito de impotencia, un aullido saliendo de lo más profundo del alma. Nada es más fragil que el amor. Sus puños golpeaban con rabia las paredes. Sus ojos ardían en lagrimas. Se vio en el espejo y contempló su rostro cansado. Lo golpeó con rabia y el espejo se partió. Contempló los pedazos que multiplicaban su presencia, su horror. Ella seguía allí, quieta y callada. El había descubierto de nuevo aquel olor. Ya empezaba de nuevo. Allí, sentada, con la cabeza caida de lado en un gesto obsceno, la descomposición orgánica estaba ya avanzando por el cuerpo de la chica. Nunca servían de nada los intentos de mantener baja la temperatura del sotano ni la friegas con alcohol que, cada noche, realizaba con detenimiento por cada rincón del cuerpo desnudo de sus enamoradas.
Siempre, inevitablemente, descubría a los pocos días aquel olor acre, duro, que indicaba que el romance llegaba a su fin. Intentando apurar la despedida se abrazó a ella, la besó con furia en la boca como queriendo retenerla. En el suelo, pegado a ella, le arrancó la ropa con deseo. Intentaba no pensar. Procuraba no darse cuenta de que algo se había perdido ya de forma irremediable. Unió su cuerpo al cuerpo frio de ella. Fueron uno por última vez.Despues, el análisis sustituyo a la pasión. Realizó con método los preparativos de siempre. Esa noche trabajó duro en el jardín. Era grande y verde, lleno de vida, con mucho espacio aun. Tres horas más tarde se lavaba las manos sucias de tierra. Estaba muy cansado y muy dolido. No podía dejar de llorar recordandola. Recordando los maravillosos días que habían pasado juntos. Las veces que sus labios se habían unido, que sus cuerpos se habían frotado. El cansancio y los bellos recuerdos lo llevaron al sueño. Mañana saldría hacia la ciudad. Necesitaba amor.
Recorrería las calles buscando una chica joven, rubia y de pelo corto a la que poder querer. La llevaría a casa y la haría estarse en silencio. En total silencio. Para siempre. Luego la desataría y la sentaría en la silla. El se sentaría al lado y le hablaría. Si, mañana... Ahora dormía sobre el sofa. Era un hombre cansado, pero con la esperzanza de encontrar por fin el amor eterno.
1 Comments:
Interesante relato bebé,... me gustan mucho las primeras líneas, esas frases como..: "Cada beso, cada caricia, cada abrazo, transmutaban el exacto crujir de las horas en un tenue morir, en un sublime deslizarse, en un creciente arder. A su lado había descubierto el sabor del silencio y el dulce aletear de la luz cuando el día termina", "Nada es más frágil que el amor"...
Je, ya tengo preparado el sótano de este rincón para ti, pero no para hacerlo como ellos, sino vivitos y coleando, jeje..
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