03 septiembre 2006

Esta no es una historia de amor...


Jesús Maldonado Perales escribía y temblaba ligeramente: “Al Sr. inspector de policía, juez, fiscal o personal sanitario que tengan mi cuerpo ante sí, perdón por las molestias”. Consciente que la formulación era algo torpe, iba a romper el papel y comenzar de nuevo, cuando en seguida se dijo que ya estaba cayendo de nuevo en ese ciclo de indecisiones!. Acabaría por abandonar el proyecto!. No, no! Sigue! (se dijo) Jesusito, estos mínimos detalles de estilo son completamente irrelevantes en el contexto actual a pesar de lo monumental, de lo grave del momento se sonrió irónicamente a sí mismo. Miró a su alrededor, intentando concentrarse, y siguió:
“Dejo los bienes de la casa, muebles, y las joyas de mi difunta madre (están escondidas en una servilleta bajo la losa suelta en el rincón norte de la cocina) a los huérfanos de San Basilio”
El temblor seguía, lo cual no se había esperado, y no era miedo, sino exaltación el causante.
Jesús Maldonado pensaba suicidarse sedativamente con gases anestésicos. Siendo enfermero asistente anestesista, había acaparado, escamoteando de su trabajo en la clínica “San Gervasio”, todo un arsenal de distintas pócimas y botellas de gases, como quien no hace nada y de carrera, durante un prolongado periodo de tiempo para no causar sospechas ante sus jefes.
Pensaba introducir un tubo en su boca con la mezcla gaseosa más óptima y agradable, aspirar profundamente y dormirse, seguir aspirando ya inconsciente, hasta la eternidad.
Pero no aún, primero tenía por resolver el asunto relacionado con Jimena Ruiz Arias, antigua compañera en la escuela de enfermeros. Durante años había esperado este momento. Había sido idea fija permanente y, en su imaginación, tomado mil variaciones en su ejecución.

Jimena era mona, sin ser hermosa, pero esbelta y con el culo peraltado. Nunca acabó sus estudios, cambió a magisterio y vivía plácidamente con sus padres, era hija única, en su cuarto en el segundo plano de una casa con jardín, a los veintiún años tenia muchos potenciales pretendientes y alegría y entusiasmo en probar lo uno u otro. Jimena era lista y de ambiciones profesionales moderadas, sin embargo tenía la universal expectación de ser muy feliz en esta vida.
Jesús, sin embargo ni era listo, ni tenía ilusiones de ser muy feliz, inclinado a las depresiones, impopular como era en su trabajo (y, francamente, en cualquier otro lugar del pueblo), ignorado por los vecinos, el único alivio diario llegar a su sombrío piso y encerrarse en su cuarto. Allí podía olvidarse de las injusticias de la vida y ver la TV, trabajar con sus modelos de barcos veleros, escalpelo y pegamento, listas de madera de balsa, pinturas en preciosos botecitos minúsculos, meticulosamente limpios pincelitos de pelo de marta. Pero la angustia (era congénita o producida por circunstancias?) se acumulaba con el tiempo incrementando, y cuando sus pequeños escapismos solitarios no conseguían aliviarle más, se decidió a llevar a cabo su minucioso plan con Jimena, iba a ser su última satisfacción en esta vida, pero suficiente para impulsarle, darle valor a decidirle en chupar del tubo soporífero.
Y todo por qué? Hacia ya cuatro años atrás, en el segundo curso de sus estudios para enfermeros, había escuchado, yendo a su casa, de pasadas y gracias a una curiosa combinación de brisa y ecos, un comentario cruel de Jimena, refiriéndose a él:

Pobre hombre, es repugnante, tan fofo..Os imagináis estar en la cama con él?

Las chicas a su alrededor rieron, haciendo ascos, mirándole de reojo. Animada por el cómico efecto de su comentario, Jimena añadió:

Y quedar embarazada! Me suicidaría!

Jesús enrojeció, casi desmayado se alejó rápidamente, con su andar patudo y jadeante dándoles la espalda para que no vieran que las había oído, mientras escuchaba las risas y gritos que las muchachas daban a su costa. La semilla que había sido enterrada en su cerebro (muy fértil ya que pocas semillas habian sido plantadas anteriormente) comenzó en seguida a germinar.
Era viernes, el sol oculto ya, producía jirones amarillos en el horizonte (lo cual auguraba viento al día siguiente, había leído en una novela de piratas) y Jesús, sentado en un banco público del pequeño parque acechaba la entrada de la casa donde luces, voces y música denunciaban la celebración de una fiesta juvenil, hecho común los viernes y que los jóvenes de la pequeña ciudad se turnaban en patrocinar. Seguía el temblequeo de los dedos, ahora inducido quizá por el frío también. Y casi en seguida, oculto por oscura sombras del parque, vio a Jimena, en compañía de una amiga entrar en el portal de la casa. Las chicas vestían abrigos que inmediatamente se quitaron en el umbral, dejando ver sus desnudos brazos, escotes y piernas, todo enfundado en mínimos y ligeros vestidos de moda. Otras parejas pasaron hacia la misma casa, y al descubrirle sentado, cerraban instintivamente sobre sí los abrigos y chaquetas como escondiendo su desnudez ante su mirada.
Nada de esto notaba Jesús, concentrado como estaba en su misión, en paliar los temblores y esquivar pensamientos demasiado angustiantes que le atacaban constantemente, amenazando colmar el límite de lo que soportaba, lo que a veces le obligaba a abandonar cualquier tarea, corriendo a esconderse en su cuarto.
Su ropa y apariencia física, pero más que nada, toda su presencia, denunciaban de lejos lo ajeno que era en esta fiesta, sin embargo entró decidido a través del umbral (qué podía pasar, se dijo), gente joven hablando y riendo en grupos, música rítmica en alto volumen le permitieron pasar casi inadvertido hasta que encontró una silla libre en medio del jaleo reinante, se sentó y esperó evitando miradas. Le sorprendió ver a Jimena, por lo diferente que estaba, tan arreglada y pintada, verdaderamente atractiva, como la mayoría de los participantes.
El local era relativamente pequeño, y no tardó Jimena en observar a Jesús, allí sentado, enrojecido y consciente de su mirada pero esquivándola. De reojo, observó Jesús como Jimena reaccionaba ante su presencia y se alejaba de él, dirigiéndose a un hombre que debía ser el patrocinador de la reunión, hablado con él y discretamente señalándole. Jesús estaba ya satisfecho, se levantó y, haciéndose paso entre los grupos bailantes y alegres se apresuró a la salida, agradeciendo el aire frío de la noche. Lo peor había pasado, la pequeña apariencia en el grupo, el resto era en solitario (Soledad, Soledad, Patria mía! Exclamaba Zaratustra. Frase que se repetía como letanía varias veces al día)


No hacía una noche de viento, y el abrigo que había traído de su cuarto servia como alfombra sobre las hojas caídas en el jardín de la casa de Jimena, y para cubrir la botella con su mezcla de gases anestésicos, aplicada a un tubo bien ajustado a la boca del grifo metálico de la botella. Sentado en la oscuridad no tuvo que esperar más que dos horas para ver la luz en la ventana de la habitación de Jimena. Esperó sólo media hora, en ese periodo el sueño es como más intenso, dicen. La escalera yacía contra la fachada, sólo pudo usar un brazo para subir hasta la ventana, ya que en el otro brazo sostenía la botella del gas con el largo tubo colgando, como una cuerda inerte sobre la grava del jardín. La ventana estaba cerrada, pero bastó un ligero impulso para ascenderla unos centímetros necesarios para introducir la boca del tubo y pasarlo lentamente hasta el borde de la cama donde Jimena, ya bastante anestesiada por cuatro copas de vino, yacía boca arriba. El temblor aumentaba en los dedos y manos de Jesús, le costó encontrar la llave para dar paso al gas, en la oscuridad, y un silbido tenue denunció que el contenido estaba expandiéndose en el interior del dormitorio y los pulmones de Jimena, pasando en seguida a su sangre, y dos latidos después a su cerebro, bloqueando toda conciencia, incluso el sueño desagradable que Jimena tenia...




Había ruidos de voces en el piso bajo, los padres de Jimena debían estar todavía despiertos, mirando algún programa en la TV, y en las calles del barrio voces y tráfico, todo ello servía para tranquilizar a Jesús ya que encubría sus cuidadosos movimientos. Cuando, ya ventilada la habitación de los gases, entró y se acercó a la cama, ya no temblaba, ante sí otro cuerpo desnudo, anestesiado, situación muy familiar para él.
Jimena despertó dos horas más tarde, mareada y con náuseas. Le había sentado mal el vino, no, algo en el bufé quizás. Se sentó en la cama, se levantó y fue a la ventana para abrirla y dejar pasar aire fresco. Pronto se durmió de nuevo, todavía con náuseas.
No, no! Exclamó Jesús en su habitación y rompió a tiras la carta, ahora se abría una esperanza. Mañana iría a comprar un nuevo paquete con la lancha a motor que anunciaban en la publicación “Maquetas y modelos”, y nuevos pinceles de pelo de marta y un surtido de las mejores pinturas y lacas.
Su último velero no estaba acabado, pero se había asqueado de él ya, no, ahora había que comenzar de nuevo.

Ocho meses más tarde Jimena todavía sufría de las náuseas de su embarazo, o producidas por la desesperación de su total estupor...se había acostado con alguien en la fiesta? Era imposible! Debía ser alguna droga en su bebida...había leido acerca de ello...pero si a penas había bebido! Sus padres, muy católicos habían prohibido cualquier intento de aborto...”el que la hace la paga” dijo su madre, desesperada y furiosa al mismo tiempo...”Así que no tienes ni idea de cómo ha sido...Pues peor, qué habrás tomado...Y en qué compañía...”
Jimena no podía pensar en otra cosa, su avanzado embarazo lo llevaba como sonámbula, pálida y deprimida al límite, a pesar de los esfuerzos por animarla que últimamente sus preocupados padres y amigos hacían por ella.
Jesús la había visto pasar casi cada día por la calle donde vivía, desde su oscuro cuarto, tras las cortinas , una enorme euforia había sentido al comprender que su semilla crecía en ese cuerpo tan pálido y frágil.
Pero aún quedaba el último paso, el fin de su nuevo plan, el impulso que le había de ayudar a dejar para siempre sus angustias y sombras. Sacó el papel donde tenia anotado el teléfono móvil de Jimena y marcó. Al contestar Jimena: “Sí?” podía escuchar los ruidos de la calle y el jadeo que hacia la chica al andar. Cuando terminó de explicarle que él era el padre, que habían hecho el amor durante la fiesta, ella lo había visto, no? No debia ser la primera vez que lo hacia. No lo creía? Existe DNA para demostrarlo, pero a él no le molesta,
Sólo quería que lo supiera, los hijos tienen derecho, no? Y no se preocupara, él no diría nada.
Bueno adiós!
Ella no dijo ni una palabra más, ni cerró el teléfono. Jesús la veía de frente, unos metros debajo de su ventana y esperó a que el alivio a su angustia se presentara. Pero no. Sólo rabia y ganas de sentarse en una esquina del cuarto, cerradas las luces...no llegaba alivio alguno. Esa la misma noche, al regresar de su trabajo, Jesús se encerró en su cuarto, sacó su lancha que nunca acababa de terminar y no sintió que la angustia hubiera menguado, “he quemado mis barcos”, se dijo. Sacó un papel de su cajón en el escritorio y empezó a escribir:
“Al Sr. inspector de policía, juez, fiscal o personal sanitario que tengan mi cuerpo ante sí, perdón por las molestias”.......
Antes de chupar del tubo, encendió una hoguera con sus barcos, todos apilados...pero con el fuego no verán la carta, se dijo, qué más da...Tomó aire y acercó su boca al tubo, abriendo la llave de la botella de gas.

El Fin